Lady Sybil, eclampsia y una experiencia cercana a la muerte

Ya os digo yo que no tengo ni su clase ni su estilo.

Si habéis visto la serie Downton Abbey, seguramente recordaréis la impactante muerte de Lady Sybil dando a luz a su única hija y cómo aquello creó un cisma entre Cora y Robert. La enfermedad que sufrió se llamaba eclampsia y es una rarísima afección que afecta a un ínfimo porcentaje de embarazadas. En el caso de la serie, Sybil dio muestras de preeclampsia, tal y como vio su médico de toda la vida, pero dio luz a su hija y todo pareció normal. Sin embargo, más tarde, llegaron las convulsiones y su muerte en brazos de su madre y su esposo.

                ¿Por qué le pasó esto? Todo fue por culpa de la hipertensión. Y justo lo que le pasó a ella, pero con final bastante más feliz me pasó a mí hace apenas unas semanas.




                Estaba yo tan feliz, embarazada de 30 semanas, con mi pancita y con la única preocupación de poder salir el 2 de mayo a pasear, porque me estaba hinchando como un globo por culpa de la retención de líquidos. Sin embargo, no llegué a ese sábado. El lunes de aquella semana empecé a sentirme mal. Las piernas no dejaban de hincharse, pero lo achaqué al embarazo. ¿Qué embarazada no tiene retención de líquidos en las piernas al final de su embarazo? Era algo común, nada de lo que alarmarse. Me empezó a doler la cabeza de manera horrorosa, pero ya me había dolido la cabeza durante el embarazo y de nuevo, ¿A qué embarazada no le duele la cabeza como un síntoma de su estado? Empecé a vomitar sin parar. No mejoré al día siguiente. No conseguía levantarme de la cama y ya, cuando empecé a ver auras, me asusté. No veía.

                De repente, me levanté al lado de mi cama y no sabía cómo había llegado allí. No recordaba nada. Nada. Y estaba sola en casa porque mi marido estaba trabajando. Asustada, le llamé. Mi cuñado vino a por mí en 5 minutos y me llevó al hospital en un suspiro. Lo último que recuerdo es sentarme en una silla de ruedas y de repente, fade to black.

                Me desperté en la UCI unas horas más tarde con un viaje psicotrópico del copón y con mi marido al lado. Me habían practicado una cesárea de urgencia y me habían sacado a mi bebé para salvarnos la vida a ambas. Una bebita de 30 semanas que se marchó a un hospital mucho más grande donde podrían cuidar mejor de ella, pero era pequeña, mucho. A día de hoy, sigue siéndolo, pero ese es un tema que, si los dioses quieren y todo sale bien, hablaré más adelante, porque sigo con el alma en un puño. Es cierto aquello que dicen de que los hijos es lo que más te duele en la vida.

                Había sufrido una eclampsia y nada más llegar al hospital, empecé a convulsionar. Esto según mi pobre cuñado, que lo vivió todo en primera persona. Evidentemente, se ha convertido en el padrino de la niña, qué menos, y eso que no somos cristianos. Tengo problemas de memoria a causa del chute de anestesia que me metieron para poder hacerme la cesárea y no recuerdo nada. Ya os digo que sólo recuerdo despertarme en la UCI con mucho sueño. Ni siquiera recuerdo los 5 minutos anteriores en los cuales me estaban quitando el tubo. Y eso que mi marido decía que asentía y que respondía. Pues nada. Y casi que mejor.

                Me pasé dos días en la UCI llena de tubos y sin poder casi moverme de la cama. Venían médicos y enfermeros todo el rato a verme y no dejaban de pincharme drogas. Estaban preocupados por si, como a Lady Sybil, me volvía a subir la tensión y me daban de nuevo convulsiones. El peligro no había pasado.

                Pero yo tenía algo por lo que pelear. Me habían dicho que, si mejoraba, me mandarían a planta y allí pedirían el traspaso al otro hospital para que yo pudiera estar con mi niña. Y ya os podéis imaginar qué pasó. Que había que hacer dieta de líquidos, se hacía. Qué había que levantarse por narices, muerta de dolor, primero por la cesárea y segundo por no sentirme las piernas, se hacía. Que había que comer, aún sin hambre, se hacía. Y así, en dos días, me pasaron a planta. Allí, me levantaba de la cama y andaba. Andaba y lloraba. Recién parida y con el efecto de las drogas pasando, empecé a darme cuenta de lo cerca que había estado de morir, y lo peor de todo, de llevarme a mi bebé conmigo. Culpa, culpa, culpa. Sólo había culpa en mi cabeza. Sigue habiendo de eso en mi mente, aunque ahora tengo otras preocupaciones que la ocupan, pero sigue estando, ahí, agazapada, esperando a que me descuide.

                No dejé de llorar en días. Pensar que casi te mueres me hacía estar agobiada, porque no recordaba nada, y agradecida por la segunda oportunidad. La gratitud a la vida es algo que llena mi mente y me da fuerzas para avanzar, aunque ya os avanzo que hay una segunda parte, de la que ya os hablaré y de la que no quiero hablar aún, que hace que aún siga llorando con fuerza muy a menudo.

                Conseguí recuperarme bastante y llegó el ansiado momento de trasladarme. En el nuevo hospital, estuve otras 24 horas en observación. Tan cerca y tan lejos a la vez de mi niña. ¿Cómo narices querían que me bajara la tensión? No dejaban de medirme con el tensiómetro. Aún me da escalofríos ponérmelo en casa para medírmela porque me acuerdo de esas 24 horas infernales en aquel paritorio en el cual no dejaba de ir al baño y el dichoso tensiómetro apretarme el brazo cada 20 minutos. Para que os hagáis una idea, en alguien con la tensión normal, el alta va desde los 80 a los 120 y la baja entre los 60 y 80. Yo tenía 170 de alta y como 90 ó 100 de baja, así que os podéis hacer una idea de cómo estaba. Me metieron montón de medicinas por sondas y me dijeron que hasta que no me bajara la tensión no me pasaban a planta y me quitaban las sondas, condición indispensable para poder ir a ver a mi hija. Y claro, pues la tensión no la podía controlar. Así que ya os podéis imaginar la impotencia.

                Al día siguiente me pasaron a una habitación. Y por fin, una enfermera, ese ángel bondadoso, se apiadó de mí. Habló con varios médicos y consiguió que me llevaran a ver a mi bebé, casi cinco días más tarde de que hubiera nacido. No sé quién tenía más cables, si ella o yo, pero allí estábamos las dos. Aferradas a la vida. Creo que fue la experiencia más bestia de mi vida. Era ver a alguien que conocías de sobras, pero que veías por primera vez la cara. Al día siguiente, me dieron el alta y lo que viene después, es otra historia que ya os contaré.

                ¿Por qué me pasó esto? Le he dado varias vueltas a los motivos. Primero, la mala suerte. Es una enfermedad rara que no suele afectar a muchas mujeres embarazadas, pero que ahí está. Es cierto que tengo un componente genético de hipertensión en mi familia, pero todas las pruebas habían salido bien hasta que… sí, bingo, el segundo motivo, el coronavirus. Yo seguía mi embarazo normal, con todas mis pruebas, mis visitas a la matrona, mis visitas a la ginecóloga, mis análisis y mis ecografías hasta que apareció esta locura tan mal gestionada. El pánico parece ser que corrió por todos lados y se nos olvidó que había pacientes de riesgo que estábamos dejando de lado, como yo y como otras madres que he conocido y muchos más que no cito aquí, como niños, pacientes de la tercera edad, gente con enfermedades que necesitaba un seguimiento y que se quitó. Porque sí, os cuento, el ambulatorio donde yo solía ir a hacerme las pruebas, entre ellas, medirme la tensión, cerró. Nadie me había explicado que debía medírmela ni los parámetros, porque, si lo hubiera sabido, hubiera ido a la farmacia a hacerlo y en el momento de haber notado raro, hubiera ido a Urgencias.

                En mi caso fue un «como parece bien, no volveremos a verla hasta la semana 34». Y ojo, esto es protocolo de seguridad de sanidad. Así pues, cosas tan sencillas que se solucionan en un ambulatorio se han complicado tanto que han acabado en Urgencias. Y las Urgencias de verdad sin apenas ir y con un repunte brutal de casos muy graves porque nos hemos aguantado. Porque sí, yo podría haber muerto. Y eso te hace replantearte muchas cosas.

                Lo principal que quiero deciros es que, una vez pase esto y tenga a mi niña conmigo, muy probablemente me tome la vida de otra manera. Siento como si se me hubiera dado otra oportunidad para vivir la vida con la gente a la quiero y para poder terminar lo que tengo a medias y lo que me define. Nunca fui ni una persona especialmente negativa, pero tampoco positiva, pero el hecho de que mi mente desconectara, que fuera un «hasta aquí hemos llegado» y un no recordar nada excepcional te hace recapacitar sobre el hecho de que quizás sí que sólo tenemos una oportunidad y que hay que aprovecharla. Además, tener a mi hija en brazos, verla como se aferra a la vida con tantas ganas, hace que incluso tú misma quieras luchar mucho más por ello. Porque sí, todos sabemos que el mundo es una mierda, pero es que ese mundo lo hacemos nosotros y si no nos gusta, quizás sea el momento de que intentemos cambiarlo.

Ysora

Librera y lectora empedernida, aficionada al manga y al cómic desde edad temprana, su gran afición es encontrar obras extrañas y diferentes para poder disfrutarlas sola y en compañía.

11 comentarios:

  1. ¡Ay, amiga! ¡Cómo te entiendo, salvando las enormes distancias! Y es que se cumple el tópico más grande del universo, que por eso está, de que los críos ponen patas arriba tu mundo y te cambian, literalmente, la vida. Que cuando los coges en brazos por primera vez, sientes cosas que jamás antes habías sentido, y te dices a ti mismo con el corazón henchido y las orejas rebosando amor, qué cómo es posible que algo así pueda ocurrir.
    Supongo que como todas las monedas, siempre hay una cara y una cruz, y depende un poco de nosotros el centrarnos más en un lado de la misma que en otro. Elegir en qué lado de la moneda nos quedamos.
    Recupérate. Dedícate tiempo. Y empieza a disfrutar lo que puedas y como puedas de tu nueva maravillosa unidad familiar.
    ¡Abrazote! ;)

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    1. Efectivamente, depende de nosotros elegir el lado. Yo, si te soy sincera, prefiero quedarme con el lado positivo y tirar para delante. Esa peque me necesita con todas sus fuerzas.

      ¡Un abrazo!

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  2. ¡Qué historia! Cómo me alegro de que tenga un final feliz o que lo vaya teniendo paso a paso. Desde luego te hace reflexionar sobre la manera en que vivimos el día a día. Pero sobretodo, sobre la forma en que queremos vivirlo a partir de ahora. Tanto lo que hayan sentido, como tú, la segunda oportunidad en primera persona, como aquellos para los que esto haya sido solo un capítulo de la historia que han estado mirando en la televisión.
    Saludos!

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    1. Sí, es muy importante la lección de vida que yo he sacado. En parte, también quería compartirla para hacerla llegar a los demás. A veces, estamos demasiado sumergidos en nuestra vida diaria y no vemos lo que de verdad importa y nos dejamos llevar por historias que, con perspectiva, realmente no son tan importantes.

      ¡Un saludo!

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  3. (Suspiro) Aún podemos dar gracias, nena. Aún podemos dar gracias.

    La verdad, yo te miro y veo -además de muchas otras facetas- a una persona valiente, muy valiente. Una luchadora de la cabeza a los pies que, como otros grandes luchadores, a veces has tenido que hincar la rodilla, pero jamás besar la lona (esto suena a camiseta :) Vale, ya me voy al rincón de pensar yo sola). Esta vez también has luchado para vencer y lo vas logrando, igual que ella. Y lo lograréis. Y esta segunda oportunidad, sé también que la aprovecharás.

    Tengo muchas ganas de que hablemos más calmadamente de todo frente a una taza de té y poder abrazaros a los tres.

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    1. A ver si pasa todo y puedo irte a buscar a casa con mi coche nuevo y con la nena detrás para que la puedas conocer. Al final apenas me viste gordita >_<

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  4. Uf que tremendo, me alegro mucho de que haya salido todo bien y espero que tengas un posparto más amable y puedas disfrutar de tu hija. Un abrazo

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    1. Bueno, el posparto me lo estoy pasando en el hospital, así que ni me estoy enterando. Algo bueno tenía que tener.

      ¡Un abrazo!

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  5. ¡Claro! No podemos vivir con miedo a la vida, hay que vivirla y tirar para delante, que ya no estamos solas :D

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  6. No puedo creer la suerte y desgracia a la vez, lo bueno es que el peligro para ambas ha desaparecido, lo que sería "una contra" es que se vienen semanas donde se harán estudios las dos, cosas agobiantes, pero con todo el valor que pasó tu beba edto será pan comido para alguien tan fuerte que se aferró a seguir en este mundo. Ahora descansa, leete algo que te guste y no pienses, que lo feo ya pasó. Mucha mucha mucha fuerza, aunque sabemos que tienen de sobra, abrazo interoceánico de un pitufo que te quiere :)

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    1. Muchas gracias, Scabbs. La verdad es que no pensaba pasar así las últimas semanas de mi embarazo, ¿quién lo espera? La verdad es que bebé me está enseñando grandes lecciones de vida y de esta experiencia probablemente salga cambiada.

      ¡un abrazo!

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