Élan Inmarcesible
  • home
  • Escritos
  • Viajes
  • Reseñas
  • Edición de libros
facebook twitter Instagram


A muy pocos kilómetros de Madrid, y muy bien conectado por transporte público, se encuentra uno de los yacimientos romanos más bonitos del centro de España. Se tratan de las ruinas de la antigua ciudad  de Complutum, la actual Alcalá de Henares, una visita imprescindible si te gusta la historia.

No es la primera vez que visito Alcalá. Esta ciudad cuenta con varios monumentos muy atractivos como la casa Cervantes, la universidad, el centro, el barrio judío, sus iglesias, etc., junto con su conocida gastronomía de tapas que la hacen un lugar muy visitable tanto si eres de fuera como de dentro de Madrid. Sin embargo, no fue hasta el pasado octubre que no me decidí a quitarme esa espinita que llevaba clavada desde hace años y visitamos el yacimiento romano.

Las ruinas propiamente dichas se encuentran más cerca de la estación de tren de La Garena que de la parada de Alcalá de Henares. Al final del artículo os dejaré diferentes maneras de ir, aunque nosotros optamos por ir en coche.

El auguraculum de Complutum

Nuestra primera visita fueron las ruinas de la ciudad, donde pudimos ver un trozo de una insula (la manzana VII), el auguraculum, parcialmente reconstruido, el foro, las termas y la basílica. En el momento de la visita, la casa de los grifos estaba en excavación y cerrada al público.

Las termas

Muy cerca del yacimiento, a unos 10 minutos caminando, se encuentra la casa de Hipólito, una especie de «colegio para caballeros» que incluía jardines, termas, lugares para la enseñanza y el mausoleo de los Annios, los grandes mecenas de la ciudad, muy cerca.

Tras ello, rescatamos nuestro coche y fuimos al centro y, tras llenar la tripa, nos dirigimos al museo arqueológico regional donde, a parte del propio edificio que ya de por si es precioso, contiene varios elementos arqueológicos encontrado en toda la comunidad de Madrid, los mosaicos encontrados en las excavaciones de Complutum y materiales de estos yacimientos.

La piscina trilobulada de la casa de Hipólito

Si aún no os he convencido de hacer esta visita, dejadme que os cuente lo último. Entrar a todo esto nos costó el módico precio de 0 €, así que, si buscáis un bonito plan de fin de semana, incluso familiar (ya que hay visitas guiadas al yacimiento los sábados por la mañana y la casa de Hipólito está totalmente guiada y tapada por lo que no pasaréis ni frío ni calor), os dejo aquí esta idea.

Cómo llegar

En coche

Yacimiento de Complutum: Camino del Juncal, 12 (con C/ Jiménez de Quesada).

Casa de Hippolytus: Avenida de Madrid, s/n (junto Ciudad Deportiva El Juncal). Alcalá de Henares.

En transporte público

Estación de tren de La Garena (20 minutos caminando hasta el yacimiento aproximadamente)

Alsa 223 que se coge desde Avenida América en Madrid capital (7 paradas)

0
Comparte

Antes muerta que sencilla, el regreso
Llevaba la friolera de dos años intentando escribir esta entrada (qué rápido pasa el tiempo), y el otro día, revisando fotos para mi blog de historia de Japón, reencontré las fotos que me hice como oiran en Tokyo.

Si vais a viajar a Japón en breve (no digo ahora, que tal y como andan las cosas no se puede ir viajando), y os apetece vestiros con el traje típico de allí, hay varias opciones. La más fácil es, si viajáis a Tokyo, es que os vistan de maiko o geisha y podáis ir a dar una vuelta a la ciudad y os hagan fotos en ella. No tengo una experiencia que narrar aquí, pero Laura de japonismo.com lo hizo y en ese enlace podréis ver su experiencia, además de poder reservarlo, si os apetece, vía la página. También existe la posibilidad de alquilar un kimono y pasear por la ciudad durante unas horas. Esto lo debe de ofrecer varias ciudades, porque aparte de en Kyoto, lo vi en Kanazawa.

Yo, sin embargo, opté por algo distinto. Como ya que me iba a gastar los dineros, decidí hacerlo a lo grande y me decidí por la oiran, o lo que viene a ser, la putilla japonesa (vamos, que las oiran eran las prostitutas del Japón antiguo, pero hasta para eso tenían sus clases y sus ropas). Las  oiran tenían unos kimonos y unos tocados espectaculares, por lo que, claro, pues la foto quedaba más llamativa.



Ver esta publicación en Instagram

. こんにちは😃 スタジオ七色公式アカウントです♪ . 春を感じる素敵なスタジオで思い出を残してみませんか? . 気になる方は問い合わせより、ご連絡お待ちしてます😄 . 👇プロフィールはこちら👇 @studio_nanairo ◆スタジオ七色 住所:東京都台東区雷門2-17-8 電話:03-3843-7716 アクセス:東京メトロ浅草駅2番出口から徒歩3分 . . #studio_nanairo #スタジオ七色 #七色美人 #花魁 #花魁体験 #花魁メイク #花魁撮影 #着物ヘア #着物メイク #着物美人 #芸者さん #にっぽん #都内観光 #浅草 #あさくさんぽ#kimonolovers #kimonolove #kimonorental #kimonofashion #furisode #japanesekimono #japan_travel #myjapan #traveltojapan #traveltokyo #visitjapan #asakusatokyo #asakusatemple #sensoji #sensojitemple
Una publicación compartida de スタジオ七色 (@studio_nanairo) el 16 Mar, 2020 a las 3:03 PDT



Nosotros fuimos al estudio Nanairo en Asakusa y fueron como unas dos o tres horas y nos costó 300 €. Creo recordar que escogimos el plan siran, pero si os tengo que ser sincera, la verdad es que no lo recuerdo.

La verdad es que fue una experiencia súper positiva. Nos maquillaron a mi amiga y a mí como nunca habían hecho y me pusieron un pelucón que pesaba por lo menos tres kilos (recuerdo cómo se me iba la cabeza para atrás todo el rato del peso). Las chicas del estudio nos trataron súper bien y lo hicieron muy ameno. Nos llevamos un CD con 12 fotos dentro en alta calidad y luego, una pequeña muestra de lo que había en el interior, además de tres fotos impresas como para ponerlas de sobremesa.

Mi madre, en vez de foto de comunión, tiene esta en el recibidor.


Así que, ya sabéis, si os apetece vestiros con un kimono, pero además hacerlo en plan espectacular, os recomiendo que reservéis una tarde de vuestra estancia en Tokyo para hacer esto. Además, el estudio está al lado del templo Sensoji de Asakusa, así que podéis hacer un dos por uno ese día.

2
Comparte



Soy consciente, antes de empezar a escribir, que esto me va a costar hacerlo. Probablemente porque las heridas no están del todo cerradas, pero hay veces que necesitas dar carpetazo a algunos asuntos para poder seguir adelante. Y este es uno de ellos.

                Si habéis leído la anterior entrada en la que os hablaba de mi experiencia con la eclampsia, ya sabréis que mi chica nació a las 30 semanas, lo que la convertía en muy prematura dentro de la escala de prematuros. Vamos, un riesgo importante y si hubiera nacido en otra época u otro país, ni ella ni yo lo estaríamos contando ahora mismo.

                Voy a empezar por contaros el final, para que no os angustiéis. La historia tiene final feliz. Mi chica lleva ya una semana en casa y está bien, pero ha sido un largo periplo de 7 semanas en las que hemos vivido de todo y, sobre todo, he aprendido mucho, principalmente de la vida.

                Ya os dije que mi chica me había enseñado una lección importante siendo tan pequeña, y es que la fuerza con la que se aferraba a la vida era contagiosa, así que fue mi alimento espiritual y mental durante todo este tiempo que de otra manera no hubiera resistido. También os digo que no ha sido un camino de rosas y hemos tenido muchísimos altibajos, pero por suerte ya pasaron (aunque fueron muy putos de vivir).

                La primera semana de vida de nuestra chica me la pasé yo en el hospital ingresada, así que, medio grogui ni me enteré. La segunda, en plena recuperación postparto, estaba tan despistada que no sabía ni qué día era. Ya a partir de la tercera fue cuando me empecé a enterar de lo que iba la vaina y la bala que habíamos esquivado. 

                Justo en esa semana sentimos el primer altibajo: le diagnosticaron una infección. Ella tenía apenas 32 semanas y lo primero que me dijeron es que le habían dado el antibiótico más fuerte por si acaso tenía meningitis. ¿Vosotros sabéis que es la meningitis? Pues eso.

                ¡Ah! Se me olvidaba añadir el escenario a todo esto. La cuarentena por coronavirus. En el hospital sólo podía estar uno de los padres y por razones biológicas, lo lógico es que, si podía, fuera la madre. Así que todas las hostias me las comí sola, como el resto de madres que estaban allí. Una cosa súper humana, claro que sí. No hay nada peor para una madre que tener a un hijo metido en una urna de plástico, totalmente sondado y entubado y que ni siquiera esté nadie para apoyarte cuando te dicen que tu hijo de 32 semanas podría tener una pedazo infección de la hostia. Y digo infección porque fue lo que me pasó allí, pero que allí vivimos muchas experiencias bastante intensas en general.
                Por suerte, hicimos piña las madres de allí. Y es que todas teníamos historias igual de malas, por lo que te sentías totalmente arropada por ellas y por el equipo médico del lugar. Pero sobre todo por las madres, que compartían tu dolor y preocupación. Era entrar a la sala de la UCIN y preguntar a todas cómo estaban sus pequeños todos los días por las mañanas. Compartías sus logros y acompañabas sus tristezas. ¿Qué más nos quedaba?

                Por suerte, y digo suerte con todas las letras, la infección no fue muy grave y remitió a los pocos días. Mi chica entonces empezó a florecer y a la semana 34 ya le quitaron la CPAP (el tubo de respirar) y le pusieron las gafas. El día que la sacaron de la incubadora, esa semana también, fue un día grande porque significaba que la podía COGER y TOCAR sin que una enfermera me supervisara. Ojalá jamás tengáis que ver a vuestro hijo a través de un trozo de plástico transparente y sólo poder tocarle por una ventanita cuando lo único que queréis es cogerle en brazos y decirle que todo está bien y que todo pasará. De verdad. Creo que fue de lo peor que llevé.

                Al poco, lo cambiaron de habitación y nos pasaron a prematuros medios. Eso era el paso para la gran salida a casa, significaba que estaba lo suficientemente bien como para no tener que estar 100% vigilada en la UCIN.

                Fue cogiendo peso y llegó la semana 35. Ese día le hicieron un fondo de ojo y claro, me dijeron que mi chica tenía una retinopatía. Y ya. Y yo, claro, venga a llorar pensando que mi hija iba a ser ciega, que era mi culpa por que hubiera nacido prematura. Por suerte, allí teníamos a una psicóloga que me acompañó, junto a la madre de otro niño, por el trance hasta que salí del puñetero hospital y pude contárselo a mi marido, hecha un mar de lágrimas.  Al día siguiente, su médico me explicó mucho mejor que realmente era que su ojo estaba inmaduro por ser prematura y que la retinopatía era muy leve y que probablemente, en un 90% de los casos, desaparecía a la semana 40-42.

                Esa misma semana nos pidieron, por favor, que nos trasladáramos de hospital. Os cuento. Mi chica nació en el hospital de mi pueblo, pero éste no podía hacerse cargo de menores de 32 semanas, así que nos mandaron a otro hospital más grande. Como no queríamos mover a la bebé, no la devolvimos al primer hospital, aunque nos iba infinitamente mejor. Pues, por problemas con la luna llena o algo (yo que sé), nacieron muchos bebés que necesitaban el espacio mucho más que la mía, que realmente ya estaba bastante bien, pero que no sabía aún comer por boca y llevaba sonda.

                Así que nos trasladamos. Fue la mejor decisión que podíamos tomar. Pasamos de compartir una sala con 8 bebés a tener una habitación propia, y de tomas cada 3 horas por sonda sí o sí, a que la bebé comiera por demanda. Al tener la habitación propia y estar más tranquilas, conseguí lo que no habíamos podido hacer en todo ese tiempo, que se enganchara al pecho. Y así, empezó a mamar. Había tardado dos semanas de estar con ella con paciencia, toma tras toma, dejándola jugar con el pecho, hasta que ella se enganchó y empezó a aprender a comer. Y aquí también me ayudaron mucho las enfermeras del hospital de mi pueblo, que tuvieron toda la paciencia del mundo para enseñarme a mí y a mi marido a eso y a muchas otras cosas más. Porque no os lo he contado, pero en ese hospital tenían otros protocolos en esa fase del coronavirus y podía estar conmigo el padre de la niña, el gran olvidado de esta historia.

                Mi marido se había pasado ese mes y medio entero llevándome y trayéndome porque con la ansiedad, que había rebrotado tras dos años, no podía coger el coche. Había aguantado estoicamente mis penas y me había apoyado todo este tiempo con toda la buena cara que podía poner. Pero se habían olvidado de que él también era su padre y que él también necesitaba verla. Lo de las madres está muy bien, pero aquí rompo una lanza a favor de los padres, que también tienen todo el derecho del mundo a implicarse. Ya basta de poner toda la carga a las madres. Es cierto que biológicamente los bebés están programados para estar con nosotras, pero nosotras necesitamos apoyo y éste, normalmente, lo suelen dar los padres. Apoyo para las madres, era lo que pedíamos todo el rato en el hospital grande, pero ni caso por el puto coronavirus.

                Pues así, las dos más tranquilas, con papá en la ecuación, nuestra pequeña familia vivió feliz en aquella habitación una semana hasta que nuestra chica aprendió a comer solita como toda una campeona. Y es que, el día que cumplía 36 semanas, decidió que pasaba mucho de comer con sonda y se la arrancó. Los médicos decidieron que para qué ponérsela de nuevo y que iban a darle la oportunidad de comer por boca. Así que, mamá, papá y las enfermeras que la cuidaban se armaron de paciencia y sus frutos se vieron cinco días más tarde, cuando nos dieron el alta y pudimos irnos a casa.

                Quisiera, primero de todo, recalcar los excelentes profesionales que tenemos en la sanidad pública. No sabrán jamás lo muy agradecidos que les estamos por todo lo que nos han ayudado y cuidado. Si no sois conscientes de lo importante que es proteger este bien de todos, es que no os habéis tenido que enfrentar a una situación como ésta. No esperéis a tener que pasar por un mal trago para apreciar la sanidad pública, de verdad.

                Ha sido muy duro. Es tan duro que mi cerebro creo que ha vivido en una realidad paralela todo este tiempo y que yo no he visto la magnitud de esto porque si no me hubiera vuelto loca del todo. He llorado mucho. Muchísimo. He aprendido mucho también. He sabido lo mucho que me quería la gente a mí y a mi chica, lo cual ha sido un puntal ultra importante. Y, por último, me he dado cuenta de que, al final, hay que valorar las pequeñas cosas de la vida, que son las que te hacen de verdad feliz. Y ahora, en mi casa, con mi bebé y mi marido, con todas las visitas de amigos y familiares que quieren conocer a la pequeña, soy feliz. Sobre todo, porque como os decía al principio, hemos esquivado una bala que nos hubiera hecho mucho daño.

1
Comparte
Ya os digo yo que no tengo ni su clase ni su estilo.

Si habéis visto la serie Downton Abbey, seguramente recordaréis la impactante muerte de Lady Sybil dando a luz a su única hija y cómo aquello creó un cisma entre Cora y Robert. La enfermedad que sufrió se llamaba eclampsia y es una rarísima afección que afecta a un ínfimo porcentaje de embarazadas. En el caso de la serie, Sybil dio muestras de preeclampsia, tal y como vio su médico de toda la vida, pero dio luz a su hija y todo pareció normal. Sin embargo, más tarde, llegaron las convulsiones y su muerte en brazos de su madre y su esposo.

                ¿Por qué le pasó esto? Todo fue por culpa de la hipertensión. Y justo lo que le pasó a ella, pero con final bastante más feliz me pasó a mí hace apenas unas semanas.




                Estaba yo tan feliz, embarazada de 30 semanas, con mi pancita y con la única preocupación de poder salir el 2 de mayo a pasear, porque me estaba hinchando como un globo por culpa de la retención de líquidos. Sin embargo, no llegué a ese sábado. El lunes de aquella semana empecé a sentirme mal. Las piernas no dejaban de hincharse, pero lo achaqué al embarazo. ¿Qué embarazada no tiene retención de líquidos en las piernas al final de su embarazo? Era algo común, nada de lo que alarmarse. Me empezó a doler la cabeza de manera horrorosa, pero ya me había dolido la cabeza durante el embarazo y de nuevo, ¿A qué embarazada no le duele la cabeza como un síntoma de su estado? Empecé a vomitar sin parar. No mejoré al día siguiente. No conseguía levantarme de la cama y ya, cuando empecé a ver auras, me asusté. No veía.

                De repente, me levanté al lado de mi cama y no sabía cómo había llegado allí. No recordaba nada. Nada. Y estaba sola en casa porque mi marido estaba trabajando. Asustada, le llamé. Mi cuñado vino a por mí en 5 minutos y me llevó al hospital en un suspiro. Lo último que recuerdo es sentarme en una silla de ruedas y de repente, fade to black.

                Me desperté en la UCI unas horas más tarde con un viaje psicotrópico del copón y con mi marido al lado. Me habían practicado una cesárea de urgencia y me habían sacado a mi bebé para salvarnos la vida a ambas. Una bebita de 30 semanas que se marchó a un hospital mucho más grande donde podrían cuidar mejor de ella, pero era pequeña, mucho. A día de hoy, sigue siéndolo, pero ese es un tema que, si los dioses quieren y todo sale bien, hablaré más adelante, porque sigo con el alma en un puño. Es cierto aquello que dicen de que los hijos es lo que más te duele en la vida.

                Había sufrido una eclampsia y nada más llegar al hospital, empecé a convulsionar. Esto según mi pobre cuñado, que lo vivió todo en primera persona. Evidentemente, se ha convertido en el padrino de la niña, qué menos, y eso que no somos cristianos. Tengo problemas de memoria a causa del chute de anestesia que me metieron para poder hacerme la cesárea y no recuerdo nada. Ya os digo que sólo recuerdo despertarme en la UCI con mucho sueño. Ni siquiera recuerdo los 5 minutos anteriores en los cuales me estaban quitando el tubo. Y eso que mi marido decía que asentía y que respondía. Pues nada. Y casi que mejor.

                Me pasé dos días en la UCI llena de tubos y sin poder casi moverme de la cama. Venían médicos y enfermeros todo el rato a verme y no dejaban de pincharme drogas. Estaban preocupados por si, como a Lady Sybil, me volvía a subir la tensión y me daban de nuevo convulsiones. El peligro no había pasado.

                Pero yo tenía algo por lo que pelear. Me habían dicho que, si mejoraba, me mandarían a planta y allí pedirían el traspaso al otro hospital para que yo pudiera estar con mi niña. Y ya os podéis imaginar qué pasó. Que había que hacer dieta de líquidos, se hacía. Qué había que levantarse por narices, muerta de dolor, primero por la cesárea y segundo por no sentirme las piernas, se hacía. Que había que comer, aún sin hambre, se hacía. Y así, en dos días, me pasaron a planta. Allí, me levantaba de la cama y andaba. Andaba y lloraba. Recién parida y con el efecto de las drogas pasando, empecé a darme cuenta de lo cerca que había estado de morir, y lo peor de todo, de llevarme a mi bebé conmigo. Culpa, culpa, culpa. Sólo había culpa en mi cabeza. Sigue habiendo de eso en mi mente, aunque ahora tengo otras preocupaciones que la ocupan, pero sigue estando, ahí, agazapada, esperando a que me descuide.

                No dejé de llorar en días. Pensar que casi te mueres me hacía estar agobiada, porque no recordaba nada, y agradecida por la segunda oportunidad. La gratitud a la vida es algo que llena mi mente y me da fuerzas para avanzar, aunque ya os avanzo que hay una segunda parte, de la que ya os hablaré y de la que no quiero hablar aún, que hace que aún siga llorando con fuerza muy a menudo.

                Conseguí recuperarme bastante y llegó el ansiado momento de trasladarme. En el nuevo hospital, estuve otras 24 horas en observación. Tan cerca y tan lejos a la vez de mi niña. ¿Cómo narices querían que me bajara la tensión? No dejaban de medirme con el tensiómetro. Aún me da escalofríos ponérmelo en casa para medírmela porque me acuerdo de esas 24 horas infernales en aquel paritorio en el cual no dejaba de ir al baño y el dichoso tensiómetro apretarme el brazo cada 20 minutos. Para que os hagáis una idea, en alguien con la tensión normal, el alta va desde los 80 a los 120 y la baja entre los 60 y 80. Yo tenía 170 de alta y como 90 ó 100 de baja, así que os podéis hacer una idea de cómo estaba. Me metieron montón de medicinas por sondas y me dijeron que hasta que no me bajara la tensión no me pasaban a planta y me quitaban las sondas, condición indispensable para poder ir a ver a mi hija. Y claro, pues la tensión no la podía controlar. Así que ya os podéis imaginar la impotencia.

                Al día siguiente me pasaron a una habitación. Y por fin, una enfermera, ese ángel bondadoso, se apiadó de mí. Habló con varios médicos y consiguió que me llevaran a ver a mi bebé, casi cinco días más tarde de que hubiera nacido. No sé quién tenía más cables, si ella o yo, pero allí estábamos las dos. Aferradas a la vida. Creo que fue la experiencia más bestia de mi vida. Era ver a alguien que conocías de sobras, pero que veías por primera vez la cara. Al día siguiente, me dieron el alta y lo que viene después, es otra historia que ya os contaré.

                ¿Por qué me pasó esto? Le he dado varias vueltas a los motivos. Primero, la mala suerte. Es una enfermedad rara que no suele afectar a muchas mujeres embarazadas, pero que ahí está. Es cierto que tengo un componente genético de hipertensión en mi familia, pero todas las pruebas habían salido bien hasta que… sí, bingo, el segundo motivo, el coronavirus. Yo seguía mi embarazo normal, con todas mis pruebas, mis visitas a la matrona, mis visitas a la ginecóloga, mis análisis y mis ecografías hasta que apareció esta locura tan mal gestionada. El pánico parece ser que corrió por todos lados y se nos olvidó que había pacientes de riesgo que estábamos dejando de lado, como yo y como otras madres que he conocido y muchos más que no cito aquí, como niños, pacientes de la tercera edad, gente con enfermedades que necesitaba un seguimiento y que se quitó. Porque sí, os cuento, el ambulatorio donde yo solía ir a hacerme las pruebas, entre ellas, medirme la tensión, cerró. Nadie me había explicado que debía medírmela ni los parámetros, porque, si lo hubiera sabido, hubiera ido a la farmacia a hacerlo y en el momento de haber notado raro, hubiera ido a Urgencias.

                En mi caso fue un «como parece bien, no volveremos a verla hasta la semana 34». Y ojo, esto es protocolo de seguridad de sanidad. Así pues, cosas tan sencillas que se solucionan en un ambulatorio se han complicado tanto que han acabado en Urgencias. Y las Urgencias de verdad sin apenas ir y con un repunte brutal de casos muy graves porque nos hemos aguantado. Porque sí, yo podría haber muerto. Y eso te hace replantearte muchas cosas.

                Lo principal que quiero deciros es que, una vez pase esto y tenga a mi niña conmigo, muy probablemente me tome la vida de otra manera. Siento como si se me hubiera dado otra oportunidad para vivir la vida con la gente a la quiero y para poder terminar lo que tengo a medias y lo que me define. Nunca fui ni una persona especialmente negativa, pero tampoco positiva, pero el hecho de que mi mente desconectara, que fuera un «hasta aquí hemos llegado» y un no recordar nada excepcional te hace recapacitar sobre el hecho de que quizás sí que sólo tenemos una oportunidad y que hay que aprovecharla. Además, tener a mi hija en brazos, verla como se aferra a la vida con tantas ganas, hace que incluso tú misma quieras luchar mucho más por ello. Porque sí, todos sabemos que el mundo es una mierda, pero es que ese mundo lo hacemos nosotros y si no nos gusta, quizás sea el momento de que intentemos cambiarlo.

11
Comparte
A continuación, os adjunto todas las citas que he ido poniendo en mis RRSS con material sobre la novela en la que estoy trabajando, «Alessia»:

Portada:




Sinopsis:


Citas (por orden de aparición en la novela):






0
Comparte


Os dejo a continuación uno de los muchos apuntes teóricos que tengo para mis novelas y que me han servido bastante. No esperéis algo detallado, ya que son unos apuntes claros que uso yo para hacerme una idea cuando me planteo el cómo voy a contar la historia, pero hay multitud de páginas y blogs que hablan en más profundidad sobre el tema.
Hoy os voy a hablar muy por encima de los diferentes tipos de estructuras que puede tener una novela. Estos son relativamente conocidos, aunque podéis sentiros libres de crear vuestra propia estructura siempre que la novela funcione.

Clásica


Tiene las tres típicas fases basadas en un desarrollo de tiempo cronológico lineal, con su correspondiente planteamiento, nudo y desenlace.

Circular


Comienza y termina igual. Es interesante dejar margen para la interpretación del lector tanto al principio como al final. Un ejemplo clásico es la historia del señor de los anillos, donde Sam vuelve hasta donde empezó, pero ha sufrido un cambio por su aventura.

Inversa


Contamos los hechos hacia atrás, es decir, que el principio es realmente el final y la novela te cuenta cómo acabó sucediendo esto. Por ejemplo, muchas de las novelas clásicas policíacas son inversas.

Convergente


Dos argumentos concluyen al final. Normalmente suelen interactuar a partir de las dos terceras partes de la novela. Por ejemplo, tiene pinta que la saga de Canción de Hielo y Fuego vaya a terminar convergiendo, aunque ahora tenga una aparente estructura paralela. Esto os puede servir de ejemplo para ver que se pueden mezclar diferentes tipos de estructuras mientras funcione.

Autorreferencial


El autor vuelve sobre otras de sus obras o personajes, como si sus novelas formaran un cuerpo único. Por ejemplo, muchas de las novelas de Stephen King.

Estructura paralela


A través de un incidente único, el argumento se desdobla. Como ejemplo, volvemos de nuevo a Canción de Hielo y Fuego

Estructura homogénea


El autor no desea destacar a ningún personaje en particular y estos entran y salen sin más. No hay conflicto ni propósito claro y el tema de la novela son las reflexiones de los personajes. Si no recuerdo mal, como ejemplo de esto se puede encontrar varias novelas rusas en las que se centraban más en el desarrollo de los personajes y en su psicología.

Con alteración del tiempo lineal


Cuando la novela empieza in media res o cuando se producen saltos en el tiempo hacia delante o atrás. El ejemplo más claro de novela que empieza en medio del meollo y la más clásica es la Odisea de Homero, con Odiseo ahí en todo el fregao lidiando con los problemas después de la guerra de Troya.
0
Comparte
Entradas antiguas Inicio

Sobre mí


Photo Profile

Ysora
Escritora, librera e historiadora

¡Hola a todos! Soy Ysora. Muchas gracias por entrar en mi mundo, espero que disfrutéis.



Sígueme

  • facebook
  • twitter
  • instagram

Mi blog de historia de Japón

  • Historia de Cipango
    El yacimiento de Ichijōdani - *Ruinas del yacimiento de Ichijōdani (palacio Asakusa)* Las ruinas del castillo y villa de Ichijōdani se encuentran en la prefectura de Fukui y fueron el ...

Koukyou Zen

  • Koukyou Zen
    YOON SAN-HA de ASTRO regresa con su mini álbum CHAMELEON - *YOON SAN-HA del grupo de K-pop ASTRO regresa el 15 de julio (KST) con su segundo mini álbum en solitario, titulado .* *AQUI EL VÍDEO* El 23 d...

Nubarrón de etiquetas

alethe alfaguara alice mcdermott carlos sisi cho nam-joo comics critica literaria cuentos edicion el emperador goblin escritos esdla eva baltasar eva wood Frankenstein grijalbo henry james hispania historia hobbiton hodgson irati japon katherine addison kim ji-young Kyung-Sook Shin la novena hora laura restrepo libros libros del asteroide los divinos lucia berlin manga manual para las mujeres de la limpieza mary shelley nigromante nordica novela novela gotica novela psicológica nueva zelanda otra vuelta de tuerca permafrost por favor cuida de mama random roma shirley jackson Takkyubin terror tolkien transporte valdemar viajes wislawa szymborska
Licencia de Creative Commons
Este blog está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.

Instagram

Lo más popular

  • El día en que me convertí en oiran
  • Lady Sybil, eclampsia y una experiencia cercana a la muerte
  • El emperador goblin de Katherine Addison
  • Visita a Hobbiton
  • Carnacki, cazador de fantasmas de W. H. Hodgson
Copyright © 2019 Élan Inmarcesible

Created with by Beauty Templates | Distributed by Gooyaabi Templates